18 de diciembre de 2009

Marcelino Agapito Tiburcio

Desde tempranas horas la mañana, sus gafas negras y su gorra de lana lo cubren de un estilo misterioso. A simple vista, su caminar de muchacho fresco y seriedad absoluta pueden mostrarlo intimidante para sus alumnos; pero con el transcurso del día, su sencillez y cortesía hacen de está primera impresión una revelación de su auténtica personalidad encubierta.

Marcelino Agapito Tiburcio; Wicho, alias Manueca o Marcelino Pan y Vino son algunos de los apodos que de cariño lo han bautizado sus amigos. Quizá porque con el tiempo su alegría, sus bromas y su comedimiento lo han echo merecedor a la cinta de miss simpatía en toda la empresa. Claro, aunque el asunto de las lenguas bravas, que recorren en su trabajo, lo han puesto de malas en su desempeño como instructor de la Escuela de Manejo y que -incluso-, le ha causado su retiro definitivo.

Así es Marcelo Verdezoto, un joven de 24 años, que mira la vida relajado y sin apuros. Querido por la mayoría en la empresa y rechazado por aquellos pocos que no conocen su modalidad de trabajo. Sin embargo, Marcelino continua feliz. Tiene tiempo para reírse, molestar y hasta para fiar en el kiosco de Bachita, la “peque amiga” de las horas de ocio, y que junto a Don Julito han fomentado cientos de ocurrencias y risas amenas.

A pocas horas de su última jornada laboral, Marcelo piensa en su futuro profesional. Es su oportunidad para cambiar de ambiente. Posiblemente para mezclar trabajo y estudios en otro lugar. Pero mientras llega ese día, no para en la responsabilidad que tiene como instructor.

Jóvenes como Marcelo Verdezoto actualmente recorren las empresas. Aquellos que no se ahogan en un vaso de agua cuando asoma algún inconveniente. Aquellos que miran en los desafíos, los cambios prósperos para sus metas; y que, aunque muchas veces sus objetivos los encuentren a largo plazo, nunca dejan de estar en pie

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