4 de febrero de 2008

La entrevista y la sorpresa


El que mi padre me haya ingresado al club de teatro en la Casa de la Cultura, hace tres años atrás, fue parte de este nuevo encuentro.

La niña resentida dejo el papel de enanito de Blanca Nieves porque no pudo ser la bruja del cuento, y prefirió ver la obra con lágrimas en sus ojos.
El teatro para muchas personas es representar otras vidas, ilusiones, fantasías, mentiras… pero que me paso aquella vez. Hice mi papel de bruja templando. Lo recuerdo, adelante de Santiago Naranjo, el Mijo Lindo de la Televisión; Santiago Segovia, mi profesor de teatro y los niños del club.

No me salió, pero fue mi primer intento. Sólo que después, de volver de los 10 minutos libres, el papel de bruja ya tenía su protagonista. Otra muchacha. Quise hacer otros papeles, pero para el profesor era demasiado aburrido. Cuando me dijo que tenía el papel de enanito, sólo le dije que no participaría y me fui del escenario. Y salí con tres chicas más de la gallada de las resentidas.

Sabía que era la última vez que lo vería. Al día siguiente sería la presentación. Los padres estarían viendo a sus hijos como representaban cada papel. Yo, sólo saldría desfilando vestidos de papel en el show de modelaje.

Un día antes conocí un chico en el bus. En medio de mi caída en uno de los asientos descompuestos camino a casa. Él fue a verme, pero no alcanzo a ver mi presentación. Santiago Segovia, en cambio, creó que ni me miro. No se que estaría pensando. Tal vez me odiaba o pensaría que soy una inmadura. O tal vez ni siquiera pensó. Fue triste antes de la salida de los chicos. Ver como se preparaban detrás de los escenarios, maquillarse, vestirse, y preparar sus párrafos.

Después, lo regrese a ver y mi corazón latía más rápido de lo normal. Sabía que se iría y que yo jamás lo volvería a ver. La sensación de conocer a un ser maravilloso- lleno de talento, creatividad y belleza- desaparecer en el tiempo con su moto de último modelo. Lo volví a mirar y él también, pero decidió no hacerme caso. Miro enseguida los maquillajes y siguió pintando al niño que iba a interpretar a uno de los enanitos.

Sin embargo, me acerque y guardando mi orgullo le pedí disculpas. Las lágrimas me acompañaron y la compasión de aquel individuo abrazo mi vergüenza. Finalmente, ese abrazo olvido por siempre el problema del show. No salí en teatro, pero quedamos de a buenas. Lo que ese pobre profesor, de 28 años, no sabía era que yo me moría por él. Me gustaba mucho. Su piel morena, sus churos, y sus pequeños gorditos, me fascinaban. Era el tipo de hombre de mis sueños. Su pasión por el teatro complementaba al príncipe.

Lastimosamente se fue terminando la obra. Cogió su casco, su moto y se fue atrás de un auto donde estaba su novia. Aquella mujer con espinillas grandes, y flaca como un palo de escoba.
“No se que le vio, pero espero que sea muy feliz”, fue mi último pensamiento para él. Yo, como siempre, con el dolor de no volverlo a ver, deje que el tiempo me cubriera con el manto del olvido… y lo hizo. Tres años después no lo volví a recordar.

*
El martes 30 de enero del 2008, un deber de televisión en la carrera de periodismo hizo volver a mi espacio vital a ese mismo ser de ojos inocentes, negros y alegres.
Su vida es como siempre quiso. En medio de un escenario construido en la realidad fundo su nube de talento. En una improvisación para el programa “Nada que ver”, de la TV de la Universidad de la Américas, Santiago Naranjo, mi entrevistado me presento: “Les presento ha Santiago Segovia, un excelente actor”.

Detrás de mi compañera asomó aquel hombre: diferente en su estilo, pero igual en su corazón. Tres años más tarde Santiaguito estaba más gordo y su cabello llegaba hasta su pecho. Recogido con media cola se acerco a mí para dejar su maleta.

“Ah… si lo conozco. Fue mi profesor de teatro”, dije mientras la sorpresa de él fue inmediata. Sus ojos se agrandaron y me regresaron a ver. Su respuesta sonó angustiada: “Enserio, no me acuerdo”, dijo. Tal vez las imágenes de sus pensamientos no lo ayudaban a encontrarme. Con voz tranquila le esplique con tres palabras mientras se dirigía a ser su improvisación con el Mijo Lindo.

Yo, pasmada. Sólo sonreía mirando a esos actores ecuatorianos. Mi corazón latió como antes y la emoción fue tan grande que para este momento (que sigo escribiendo), sigo tan feliz. Volverlo a ver y pensar que ni los años me hizo cambiar de parecer. Lo seguía queriendo. Y en mi mente regresaba el cassete. ¿Qué hubiera sido si yo me declaraba en aquel tiempo?, capas que ahí sí se hubiera acordado. ¡La foca!

Luego, le pedí un favor. Cuando se me perdió el Mijo Lindo le pedí que me conduzca hasta él. Santiaguito con mucho gusto lo hizo. Tan caballeroso, dulce y atento. Sin necesidad de que este atrás de alguien y sin que él se diera cuanta, podía enamorar a Mary Pepi. Me despedí del Mijo Lindo y me olvide de Santiago. Decidí dejarlo así. Me iba a ir antes que mi boca se atreviera a decir algo más.

Antes de llegar a la puerta me dijo: “Bueno, chao ex alumna”. Y yo: ¡lo ame, lo ame!
Aunque sabía que esa despedida no tenía ninguna señal de que se hubiese acordado de mi; la emoción se me volvió desesperación. Quería pedirle su número, saber de su vida, de su novia ¿La dejo? No se. Entonces, preferí olvidarme enseguida de él. Mientras salía de TC conversaba con mi amiga la Gata del video, y espere a que ella cogiera un taxi.

Cuando se fue la lluvia empezó a caer con más fuerza, y el taxi para mi no venía. Lo que encontré en mi camino era de nuevo a Santiago junto con una mujer… Sonriendo y con una pistola de agua me dijo: “Te mojo”. Y yo entre risas le dije que no mientras le señalaba con el dedo la lluvia.
Y otra vez lo deje ir por la Av. de las Américas con dirección a la Universidad Central. Se fue a pie mientras me preguntaba que tanto cambio su vida…

Mi moraleja final de esta historia, y no se si es la adecuada, es: “mejor déjalo ir, pues sé que si después de algunos años lo volviste a ver, se que lo encontraras de nuevo. Y aquel día, que será pronto, no lo dejaras ir sin saber de su vida. Y si aún está solo, no lo soltaras porque aquel hombre es el amor real de tu vida".

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